El autor inicia su análisis planteando que existen problemas filosóficos y problemas científicos, buscando, los primeros, explicaciones esclarecedoras sobre la esencia de todos los diversos elementos de la realidad y especialmente por el obrar de los seres humanos, mientras que los problemas científicos buscan el incremento del conocimiento fundamentándose científicamente a través de instrumentos y medios científicos. Además, según sea el objeto de la investigación científica, práctico o teórico, distingue también problemas tecnológicos o problemas de ciencia pura, sin embargo concluye que sea cual fuere el tipo de problema a analizar: filosóficos, tecnológicos o de ciencia pura, no existe otra posibilidad de plantearlo sino desde una perspectiva científica.
Clasifica Bunge los problemas científicos en problemas sustantivos o de objeto, cuando el interés del investigador se centra en el conocimiento de las cosas (hallazgo de datos, fabricación de instrumentos, caracterización de individuos, interpretación de signos,...), mientras que si su objetivo es explicar cómo se logran las cosas o en general cómo se construye el conocimiento se está en presencia de problemas de estrategias o procedimientos (establecimiento de reglas, registros de observación, demostración de hipótesis,...).
A su vez, los problemas de objeto pueden ser analizados haciendo uso sólo de procesos inductivos o deductivos del cerebro, en cuyo caso el problema es conceptual; mientras que si requiere operaciones empíricas o experimentales en su resolución el problema se considera empírico. Por su parte, los problemas procedimentales pueden resolverse libres de valoración, entonces denominados problemas metodológicos, o haciendo uso de juicios de valor denominándose problemas valorativos.
Prosigue el autor aclarando que la clasificación no establece líneas bien definidas en sus fronteras, sino al contrario que un problema puede tomar forma de cualquiera de los planteados en un momento particular, no existiendo exclusión recíproca sino alternándose las propiedades de los diversos problemas en un primer plano en el curso de la investigación. Por otra parte, aunque existen problemas que no son propiamente científicos (como lo son problemas de presupuesto, de división del trabajo e integración de equipos), éstos siguen planteándose de manera precientífica, bien sea porque se ha hecho ya una tradición o porque una fundamentación epistemológica distinta para estos problemas aún no ha sido bien desarrollada.
Cambiando el foco de atención hacia la filogénesis de los problemas científicos, se observa que un problema no se genera de la nada sino a partir de un cúmulo de conocimientos y vivencias previas del ser humano que lo plantea. La historia de vida de cada individuo, hace diferentes las técnicas, procedimientos, motivaciones, metodologías y en general conocimientos aplicados aún cuando se esté analizando un mismo objeto de estudio. De acuerdo con sus limitaciones, experiencia de vida y situación particular, lo que un hecho o cosa sea de interés para alguien parecerá vano para otra persona. Cada quién tendrá a su disposición herramientas distintas para el tratamiento y análisis de problemas y si resultan escasas, no pueden resolverse problemas complejos. Por ello, científicamente aún se están resolviendo problemas sencillos, dejando a los pseudocientíficos la solución de aquellos problemas complicados al no disponerse científicamente del marco adecuado de teorías en el cual puedan plantearse.
Sin embargo, la disponibilidad de datos, técnicas y procedimientos científicos es necesaria pero no suficiente en la resolución de los problemas. Según el autor, debe reconocerse la existencia y unicidad de la solución del problema, puesto que sólo pueden utilizarse soluciones únicas para explicarlo sin ambigüedades. Por otra parte, la existencia de solución no garantiza que ella pueda encontrarse. Muchas veces sólo puede llegarse hasta una solución aproximada, por lo que debe delimitarse muy bien el problema o establecer sus fronteras según las condiciones normales de operación del objeto en estudio, además de determinarse los valores de comprobación para que la solución sea aceptable.
Resumiendo, las condiciones necesarias y suficientes para que un problema pueda considerarse bien planteado científicamente son: 1) debe disponerse de un acervo científico desde el cual pueda analizarse al problema, 2) el problema debe estar bien formulado, 3) tener una base epistemológica cierta, 4) tener una frontera clara y definida de forma sistemática, 5) poder establecer una única solución y 6) determinar los valores y forma de comprobación para que sea aceptada como cierta.
Ahora bien, el que un problema de investigación sea bien planteado no necesariamente genera investigaciones fecundas. Para ello es necesario agregar el componente psicológico del investigador que permita se ocupe de la investigación apasionadamente, lo cual tiene que ver con las tendencias del investigador así como el estado de la ciencia en la que se inserta el objeto estudiado, es decir las tendencias y modas del momento que marcaran el apoyo con el que puede contar el investigador.
Recetas para predecir la fecundidad de una investigación no existen, sin embargo un problema tratado científicamente, tarde o temprano dará sus frutos, puesto que los problemas no se dan en forma aislada, sino que forman parte de una red de problemas interrelacionados formando un sistema problemático, cuyas partes ordenadas establecen lo que se conoce como líneas de investigación. Un problema planteado en el seno de una línea de investigación garantiza algún efecto, evitando que la investigación del problema no sea considerado casual, cuyos resultado podría ser estéril.
Considerando que los sistemas son autoregulables y en continuo movimiento, el curso de las investigaciones científicas se ven afectadas por el cambio de los sistemas, lo que sugiere que el plan debe ser flexible para adaptarse a los cambios, más sin embargo siempre existir. La libertad de la investigación estriba en elegir adecuadamente el momento de variar el curso del plan, si ello es requerido, en presencia del cambio de los problemas que afectan al problema en estudio (recordando la existencia de un sistema problemático), no en iniciar investigaciones sin un plan preconcebido científicamente.
En función de ello, no hay ningún plan infalible para presentar soluciones correctas a problemas de investigación, pero puede aumentarse la probabilidad de encontrar una solución si se siguen las doce reglas siguientes: 1) formular el problema con claridad, 2) identificar las constituyentes, 3) describir los presupuestos, 4) localizar el problema, 5) seleccionar el método, 6) simplificar, 7) analizar el problema, 8) planear, 9) buscar problemas análogos resueltos, 10) transformar el problema, 11) exportar el problema y 12) controlar la solución. Todas ellas enmarcadas dentro de un esquema general conformado por cinco estadios: 1) Formulación, 2) Exploración preliminar, 3) Descripción, 4) Interpretación y 5) Control de la solución.
Otra consideración que presenta el autor, es la relacionada con los problemas de carácter filosófico, a los que, por un lado describe de forma tradicional como “un problema de lógica, epistemología u ontología” (de forma, de conocimiento o referente al ser) y por el otro lado los considera peculiares pues, entre otros aspectos, en el planteamiento de los mismos no se presentan datos empíricos. Por otra parte, expone que estos problemas, ni por su método ni por su tema, pueden ser considerados pertenecientes a una ciencia en particular. Dentro de las especificidades que presentan los problemas filosóficos, esta el hecho de que todos son de tipo conceptual, aunque en algunos casos puedan presuponer un cuerpo de ciencia factual. Estos problemas, con la excepción de aquellos pertenecientes a la lógica, no tienen una solución definitiva, se puede cuando mucho ir mejorando su solución, pero ésta nunca será exacta, aunado esto con los criterios para identificar y validar las soluciones, que son generalmente escasos.
Ante el difuso tratamiento que reciben los problemas filosóficos no lógicos, el autor sugiere una metodología para abordar este tipo de problemas, la que a grandes rasgos se puede resumir en cuatro reglas: Primera, el tratamiento de problemas filosóficos no lógicos debe armonizar con la lógica ordinaria. Segunda, el tratamiento de éstos no bebe chocar con el cuerpo principal del conocimiento científico y debe estar al día científicamente. Tercera, la formulación, la elaboración y la comprobación de las soluciones propuestas para problemas filosóficos, deben ir de la mano con las correspondientes operaciones de la ciencia. Cuarta: el valor veritativo es el que debe prevalecer a la hora de valorar soluciones propuestas para problemas filosóficos. Es contundente al afirmar que:
.- Si no se respeta la lógica puede estudiarse cualquier absurdo.
.- Si no se respeta el acervo de la ciencia, podrá plantearse cualquier gestión superficial o hasta estúpida
.- Si no se imita el método de la ciencia, se renunciará al beneficio de la más lograda experiencia humana
.- Si la aspiración del filosofar no es buscar la verdad perfectible, se obtendrá la sierva de cualquier doctrina fósil.
También se considera la selección del problema filosófico y su correcto planteamiento, que al igual que los problemas científicos, ambos considerados como problemas de conocimiento, deben ser planteados científicamente.
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