sábado, 11 de diciembre de 2010

REFLEXION SOBRE LA NECESIDAD DE UN NUEVO PARADIGMA EPISTÉMICO


ÁNGEL UZCÁTEGUI.

C.I.: 12.551.731

10/12/2010

Para muchos científicos y filósofos, parece que hay una falta de claridad y de certidumbre en el corazón mismo del pensamiento humano. Éste es un problema muy familiar a los filósofos, pero ha sido casi universalmente ignorado por los científicos practicantes. El problema del pensamiento moderno consiste en que las entidades fundamentales en nuestra experiencia del mundo parecen imposibles de analizar o definir con exactitud, de manera que en este nivel hay inevitablemente confusión y desacuerdo sobre lo más básico de nuestros datos conceptuales. Mientras éste siga siendo el caso, será difícil, por no decir imposible, encontrar versiones únicas para conceptos primarios tales como gravedad, aceleración o masa, esto es, versiones que reciban el asentimiento de todos. Aun la idea misma de causa -que está profundamente sumergida en la historia intelectual, en la experiencia humana de la relación con el mundo y en la explicación mecanicista del universo- es ahora un foco de debate filosófico sutil y ambiguo interminable.

La discusión sobre organización y teleología nos conduce ahora a considerar los problemas más amplios del reduccionismo. Los procesos vitales nuevamente toman aquí una posición central porque provocan la pregunta sobre la naturaleza de sus diferencias con los procesos no vivientes. ¿Qué queremos decir cuando hablamos de que los organismos vivientes difieren de los objetos inanimados por tener diferentes tipos o niveles de organización? ¿Pueden los procesos vitales ser "reducidos" a procesos físico-químicos sin perder los rasgos esenciales que los hacen vivientes? ¿Tiene alguna forma de apoyo la idea de la operación de algún principio vitalista que hace de los sistemas vivientes algo único? Aunque la reducción de la química a la física provoca poca indignación, hay una controversia continua, y aún no resuelta, sobre si es permisible reducir los fenómenos de la sociología a los de la psicología, los de la psicología a los de la biología, y finalmente los de la biología a los fenómenos físico-químicos. Sin embargo, la tendencia a hacer esto es probablemente más común actualmente que en cualquier época del pasado. Durante muchos siglos la explicación ortodoxa de los fenómenos naturales era la teleológica (es decir, determinista) que describía los acontecimientos presentes en términos de fines futuros y "más elevados". Así, la caída de la manzana era el resultado de la atracción mutua entre la tierra y el elemento terrenal de la manzana; este último debía esforzarse por alcanzar su lugar natural. A partir del siglo XVI, los acontecimientos que se han ido presentando han sido explicados cada vez más como resultado de la influencia causal de acontecimientos del pasado, y esto ha dado impulso a la actitud reduccionista en la ciencia, que es opuesta por completo a la que prevalecía en la época medieval. La situación provoca problemas filosóficos enormes y de gran alcance, no siendo el menor de ellos el que mientras que ahora decimos que la causa de la caída de la manzana se debe a la gravitación universal, somos incapaces de comprender algo más sobre la verdadera naturaleza de esta fuerza de lo que Newton mismo comprendía. (Ciertamente, en la teoría de la relatividad de Einstein, la teoría gravitacional no está considerada en ninguna forma como una fuerza.)

¿No es éste entonces el caso en que la total complejidad de la vida humana predestina al fracaso cualquier intento de ser genuinamente científico?

La complejidad del tema es ya indudablemente un problema, porque cuando hay muchos fenómenos interrelacionados es difícil establecer una secuencia causal clara. En su forma extrema, esta opinión nos dice que la vida humana es tan rica y sutil que cualquier acontecimiento social es único; cualquier creencia como ésta, sostenida con sinceridad, sería incompatible con la investigación científica. Sin embargo, ¿es posible sostener esta opinión, o al menos puede demostrarse que la complejidad es únicamente problema de las ciencias sociales? No hay duda de que las ciencias biológicas comparten muchas dificultades semejantes, especialmente en ramas como la etología y la ecología, que estudian el comportamiento de los organismos en condiciones naturales y seminaturales. Aun en las ciencias físicas hay también enorme complejidad, y la respuesta a ella ha sido siempre acumular conocimiento sobre los fenómenos más simples, con la esperanza de que ocasionalmente lleguen a dar luz sobre los más complejos.

Algunas variedades de este proceso de simplificación parecen ser aplicables en todo el espectro de las ciencias, y el enfoque ideal es indudablemente aquel que pretende la simplificación mediante experimentos artificiales controlados. Sin embargo, los experimentos -no son siempre posibles y es aquí interesante recordar que el dominio de la astronomía en el siglo xvii no era ciertamente el resultado de que se pudiesen manipular experimentalmente los cuerpos celestes. En forma similar, muchas ciencias naturales de prestigio, como la geología o la biología evolutiva, tienen poco campo para la experimentación, y sin embargo no han dejado de establecer extensos bloques de conocimiento, con leyes y teorías generales bien fundamentadas. Por lo tanto, las áreas de investigación social humana en las que son raras las oportunidades para experimentos controlados, no pueden descartarse de las filas de la ciencia basándose únicamente en esto. En cualquiera de los casos, hay algunas áreas, en especial la psicología social, en donde se ejecutan rutinariamente experimentos que no pueden diferenciarse de los de las ciencias naturales, en tanto que los economistas hacen amplio uso de modelos idealizados que pueden analizarse matemáticamente en casi la misma forma que en física o fisiología. Finalmente, las investigaciones de campo, en muchas de las ciencias sociales, no difieren en forma significativa de aquellas que se hacen, digamos, en la botánica o la entomología.

Otras de las dificultades que se invocan para la ciencia social se refieren a la generalización. Mientras que una ley típica en física o en química se considera normalmente como de aplicación universal, en el sentido de ser independiente del espacio y del tiempo, los hechos humanos tienden a ser influidos significativamente por factores culturales o históricos. Es poco probable así que las normas de comportamiento sean válidas entre sociedades diferentes o dentro de una misma sociedad en tiempos diferentes. Esto quiere decir que las teorías sociales, aunque a menudo poseen un poder explicativo considerable, nunca proporcionan suficiente base para hacer predicciones acertadas del futuro. Esta deficiencia puede parecernos una desventaja paralizante si en este momento hiciéramos la comparación con la astronomía de posición, pero una breve reflexión nos muestra de inmediato que la astronomía es más bien la excepción y no la regla, aun entre las ciencias físicas. La predicción exacta de estados futuros es posible, aun por medio de las famosas leyes físicas, únicamente dentro de ciertas condiciones artificialmente idealizadas (por ejemplo, en un vacío "perfecto” o en una rigidez "perfecta" dada) que son análogas a las idealizadas fuerzas de mercado aplicadas a las ecuaciones de los economistas. Con las ciencias menos exactas, como la meteorología, la predicción es notoriamente arriesgada, mientras que con los sistemas vivientes (sin mencionar a la física subatómica) nunca nos referimos a otra cosa que a meras probabilidades.

Un problema muy amplio y genuino para la ciencia social es aquel que concierne a la llamada relatividad de las leyes sobre las sociedades humanas. ¿Puede ser totalmente objetivo y libre de valores el estudio de los fenómenos humanos? Por ejemplo, en psicología y en medicina social a menudo se discute si podemos investigar o experimentar en individuos y seguir conservando nuestro respeto por ellos como seres humanos. Igualmente, hay algunos tipos de fenómenos que son difíciles de estudiar porque las mediciones necesarias pueden ser peligrosas o inaceptables, o bien es posible que los datos deban manejarse confidencialmente. En realidad, es la misma proximidad de esas ciencias con los urgentes asuntos personales de la vida diaria la que puede revelar los valores y prejuicios del científico mismo en términos de su decisión sobre lo que debe estudiarse en primer lugar. Si su decisión se basa ampliamente en razones externas a la ciencia misma (como, digamos, en el caso de un deseo de probar un punto a discusión) más que en otras ampliamente reconocidas como intracientíficas, es menos probable que la investigación misma satisfaga los estándares normales de imparcialidad científica. En donde intervienen las cuestiones de juicio moral (como por ejemplo en el estudio de prejuicios raciales o de conducta sexual) la situación es particularmente delicada y obviamente muy diferente de aquella en donde un químico o un fisiólogo seleccionan un problema que, para él, despierta una curiosidad intelectual especial. En el contexto social hay un riesgo mucho más grave de que los valores personales puedan preenjuiciar la recolección de evidencias por su influencia para decidir lo que debe ser considerado como información de hechos, y después inmiscuyéndose en la discusión y en la interpretación de los hallazgos obtenidos. Es difícil para el científico social lograr un desapego genuino sobre asuntos humanos delicados, aún más si (lo que no es en ninguna forma extraordinario) su intuición como lego parece proporcionarle una visión más profunda y más directa que su metodología formalizada. Desafortunadamente, nuestros juicios de sentido común son frecuentemente engañosos, y justamente el problema es tan irresoluble porque refleja actitudes sobre asuntos mucho más amplios que los estrictamente pertinentes al área de investigación social dada. Claro está que también en las ciencias naturales hay muchas áreas de controversia, y siempre hay algunas que generan un desacuerdo apasionado, sin embargo, la tensión resultante es a menudo creativa y de ella pueden surgir soluciones genuinas. Esto es simplemente porque los debates científicos naturales conciernen en forma típica a la interpretación de datos exclusivamente intracientíficos, mientras que los de las ciencias sociales invariablemente se refieren a puntos de vista más generales.

En algunos contextos este problema puede parecer tan insoluble que ocasionalmente se recomienda que los científicos sociales abandonen su intento de lograr análisis libres de valores y mejor especifiquen sus propias actitudes tan amplia y honestamente como les sea posible, de manera que sean otros los que con total independencia puedan evaluar su importancia. En muchas formas es éste un objetivo laudable, pero en vista de que generalmente sería imposible saber si ha sido logrado, una ciencia social completamente libre de valores puede ser inalcanzable. Una respuesta polémica que aparece al darse cuenta de esto, ha sido siempre argumentar que una ciencia social de este tipo es en todo caso indeseable; los fenómenos sociales deben siempre tener esencialmente un aspecto "subjetivo" o "impregnado de valor” dada la naturaleza deliberada de los actos humanos. Según esta opinión, el intento de excluir interpretaciones subjetivas inevitablemente elimina también todo hecho social genuino. Consecuentemente las llamadas técnicas de investigación no objetivas" deben desarrollarse para incluir particularmente la buena voluntad y la habilidad del científico social para proyectarse a sí mismo empáticamente con el fenómeno que está estudiando. Únicamente esto lo conducirá a hipótesis que contengan un auténtico poder de explicación.

Otro problema que encara el pensamiento de la modernidad es que el conocimiento de los fenómenos sociales es en sí mismo una variable social. Esto significa simplemente que los sujetos humanos de experimentación o investigación probablemente se comporten anormalmente si están conscientes de lo que les está ocurriendo. Por ejemplo, la gente puede responder a las preguntas de una encuesta en términos de lo que creen que se espera de ellos, más que lo que realmente creen o hacen, o es posible que proporcionen información falsa debido a algún deseo de oscurecer los resultados. Aún más, la gente tiene tendencia a creer que sabe sobre las tendencias y actitudes sociales, en forma tal que, aun tras un análisis exhaustivo de algún fenómeno social por parte de los científicos, continúan dudando o rechazando las conclusiones que son contrarias a las suyas. Esta situación puede considerarse como muy rara en lo que respecta a las ciencias físicas, aunque ocurre ocasionalmente en biología, y particularmente, claro está, en aquellas ramas aplicadas como la medicina, que está más próxima a inquietudes humanas inmediatas.

Las reacciones humanas al conocimiento de los fenómenos sociales afecta tanto las predicciones como las explicaciones. Esto ha sido ilustrado en época reciente en relación con el intento de predecir el resultado de elecciones.. Esto es, una vez que intenta influir en el resultado de una predicción, no puede ya probar su confiabilidad. Finalmente, si nos hacemos la pregunta: ¿es realmente posible la ciencia social?, debemos formular nuestra respuesta en forma de reconocer por completo los problemas en los que no hay duda, pero al mismo tiempo reconocer los objetivos de la empresa total. La naturaleza humana presenta realmente algunas dificultades formidables para cualquiera que intente explicarlas, ya no digamos predecirlas. Sin embargo, tanto la explicación como la predicción se cuentan entre los objetivos legítimos de la ciencia social, al igual que lo son para la ciencia natural, y está más allá de toda discusión que ya existe un bloque sustancial de literatura que abarca, en términos generales, todos los criterios normales del conocimiento científico. Aunque todavía quedan demasiados ejemplos de literatura científica social pomposa, vaga y ambigua -en la que la comprensión lograda y transmitida puede no ser más profunda y confiable que la de los juicios tradicionales de sentido común propios de la sabiduría popular-, debe decirse que esa falta de claridad es, sin lugar a duda, el monopolio de los científicos sociales.

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